Acualmente en "atrévete a pensar con libertad"

miércoles, diciembre 31, 2008

SEMBRADORES DE ESPERANZA.



Durante los años 80 formé parte de un grupo de jóvenes pro-vida en Granada. Recuerdo, con asombro, que apenas diez chiquillos con una edad media de 16 años colaboramos de manera activa, y por qué no decirlo, imprescindible, en la organización de las movilizaciones en contra del proyecto de ley de despenalización del aborto. Sin el trabajo de calle, la pegada de carteles y pegatinas, el reparto de octavillas, etc. la gran labor de organización de nuestros mayores no se hubiera traducido en las multitudinarias manifestaciones que respaldaron el “Sí a la vida”.

A pesar del gran esfuerzo de todos los que formábamos el movimiento pro-vida, a lo largo y ancho de España, perdimos. Pero perdimos algo mucho más importante que la primera batalla por la vida, perdimos la ilusión. Porque el motor que siempre ha movido a los jóvenes ha sido la ilusión, la ilusión de ver realizados sus ideales. Vimos cómo, a pesar de tanto esfuerzo, de congregar tanta gente en la calle, no pudimos hacer nada por evitarlo, y tiramos la toalla. Sí, yo también fui uno de esos que salió en desbandada del movimiento pro-vida, cansado, desanimado y derrotado por la desilusión.

Por suerte no todos hicieron lo mismo, los pocos grupos pro-vida que quedaron siguieron trabajando, aunque sin aparentes resultados, por el camino correcto: no trabajaban poniendo la meta de su esfuerzo en los resultados a corto o medio plazo sino en el cumplimiento del deber moral de defender la vida.

En el 2003 conocí el proyecto político de
Alternativa Española, un proyecto que sin complejos giraba entorno a la defensa de la vida, la familia, las raíces cristianas y la unidad de España, un proyecto, que en definitiva, defendía los principios y valores en los que yo siempre había creído. Pero seguía aquejado de esa enfermedad que corroe el alma e inmoviliza el cuerpo: la desesperanza. En el fondo, seguía pensando que no merecía la pena esforzarse por una causa, por muy justa que fuera, si no contaba desde su nacimiento con posibilidades reales de éxito.

Mi cambio, en la manera de ver las cosas, no llegó hasta la lectura de la “
Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política”, del entonces Cardenal Ratzinger, que me hizo ver con claridad que todos tenemos la obligación moral de intentar cambiar el mundo, poniendo los talentos que Dios nos ha dado en depósito, al servicio del bien común.

Pero la principal lección que aprendí es que Dios no nos pide sacar tal o cual proyecto adelante, sino que nos esforcemos simplemente en intentarlo con todas nuestras fuerzas; como alguien me enseñó hace tiempo: nuestra obligación es sembrar, de recoger se encarga Dios. Sólo de Él depende que veamos o no los frutos de nuestro trabajo; pero una cosa es bien cierta si no sembramos hoy, mañana nadie podrá recoger. Ese es el principal valor con que cuenta AES.

Porque la principal meta de AES no es cambiar las cosas sino sembrar la esperanza, la esperanza en que las cosas pueden cambiar.